DE HISTORIAS Y PERSONAJES

De historias y personajes

POR: ALBERTO MENDOZA


No conozco a Rafael Chirbes, sin embargo, creo conocerlo ahora un poco más. Aunque, en realidad, no conozco a Rafael Chirbes. Una de las últimas novelas que leí el año pasado, de este escritor español, fue Crematorio. La lectura, he de confesarlo, fue motivada por dos razones en particular y que superan las cualidades del libro: por un lado, las ediciones de aniversario que ha lanzado Anagrama y, por el otro, las confirmaciones visuales —particularmente de Instagram—, es decir, aquellas recomendaciones indirectas, movidas a un campo que corresponde más al sentido estético del mundo de la imagen, antes incluso que al de la reflexión o de la reseña literaria. ¿Seguro que sigo hablando de libros? Uno de los aspectos que despertó mi interés al concluir esta novela fue la manera en que, sin mayor presentación, Chirbes fue haciendo hablar a los personajes capítulo a capítulo. Y es que me agrada pensar hasta dónde es posible conocer a un narrador, al menos en sus primeras capas, por medio de los síntomas de sus personajes, dentro de sus contradicciones o en el desarrollo del diálogo; en otras palabras, por la forma en que el escritor decide dotarlos de un perfil y cuánto de sí mismo puede filtrarse en las páginas, cuánto del autor —como dice Bajtín— se halla en el alma o el espíritu de sus «héroes».

Este paseo por el tema de la construcción de los personajes me recordó una anécdota personal que comparto a continuación. Luego de mi encuentro infructuoso con la poesía, y tras migrar a la literatura proveniente de otra universidad, tuve la suerte de conocer a personas que, como yo, decidieron renunciar a otra profesión. Con uno de estos hermanos de armas, y quien se convirtió en un gran amigo, una vez definida mi inclinación por la prosa compartimos infinidad de charlas nocturnas sobre nuestra búsqueda del estilo –cuando nos importaba o creíamos saber a qué nos referíamos con eso–. En una de estas veladas, llamó significativamente mi atención que él ya tenía desde entonces una forma de trabajar bastante estructurada, incluso me mostró fichas que había escrito, en donde supo darle un perfil a cada uno de sus personajes antes de ponerlos en acción. (Después tuve también la suerte de conocer a algunos de ellos en sus propias historias.) En el recorrido que me ofreció por su archivero, desplegaba además junto a estas fichas –no sé si por vanidad o franca confianza y camaradería– una colección de plumas vacías y cuadernos donde había agotado la tinta, cosa que miré con cierta vergüenza. Todavía hoy me intimida la idea de aquel cajón repleto de cuadernos escritos frente y vuelta.

Luego de este episodio transcurrieron algunos años y yo me resistía aún a este modo de trabajo, justificando un proceso creativo más bien intuitivo —acaso mejor dicho perezoso— de planear los personajes en mis relatos. Ha pasado más de una década y ahora, con una perspectiva no sé si más anclada, pero sí más humilde, me permito escribir hojas de perfiles: una página simple donde contesto de seis a ocho preguntas básicas sobre la vida de aquellos que habrán de poblar la trama, tal vez por el deseo de distanciarme como narrador cada vez más de un personaje.

Después de esta digresión vuelvo sobre la novela de Chirbes. Crematorio es en este sentido un buen ejercicio de lectura para quienes seguimos aprendiendo recursos sobre el uso de la voz narrativa. El autor construye a los personajes a partir del flujo de conciencia, los encarna y presenta de forma paulatina durante el libro. Crea a los personajes sin demasiada explicación de las características físicas, haciendo énfasis en el discurso que imprime. La cadencia o la selección de un registro lingüístico específico no aflora tanto para hacer hablar a un personaje, sino que estos se asoman a la superficie a través de los pensamientos y su relación inmediata con la trama. Desde la manera en que el narrador se posa en el personaje, Chirbes logra subjetivarlos; le brinda al libro una multiplicidad de voces que se cuelan en la novela desde la primera persona.

En Crematorio, los roles y la psicología de los personajes se plantean sólidamente a lo largo de la historia, cuyo motor es la muerte de Matías. Las muchas voces aparecen con naturalidad, ya que Chirbes no requiere establecer ninguna clase de aviso, una aclaración del tipo «dice Fulano» o titulando cada capítulo con el nombre del personaje en cuestión para que descubramos quién habla y en qué instante. Chirbes define de manera tal a los personajes que no necesita un marcador textual, y al contar con un discurso prácticamente monológico permite que sea el lector quien haga parte del trabajo. El recurso polifónico de Chirbes se basa pues en la perspectiva de cada uno de los actores reunidos en la novela y su vínculo con Matías.

¿Y a qué viene esta divagación que se asemeja más a una clase de niveles narrativos? Me importa sobre todo porque he terminado por considerar si en este planteamiento previo de los perfiles de los personajes hay salvación para el narrador, si verdaderamente puede omitirse su presencia en alguno de los rasgos de sus personajes. Al final, es interesante pensar si el desdoblamiento del autor para dar voz a todos, en algún momento podría llegar a engañarlo y, de forma accidental, que se entrevea alguna proyección. En esta posibilidad, toda narración contendría algo de biográfico, aunque no represente miméticamente la vida de quienes escriben. Valdría la pena revisar, como simple curiosidad, hasta dónde podríamos reconocernos en nuestros propios personajes, más cuando sabemos que en la lectura de otras obras esta identificación nos sucede todo el tiempo y además nos impulsa a seguir leyendo.


Fotografías: Alberto Mendoza

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