POR MARIO HEREDIA*
Los momentos del pasado no permanecen
quietos; conservan en nuestra memoria
el movimiento que los condujo hacia el futuro,
hacia un futuro que se ha convertido en pasado…
—Marcel Proust
La casa de la infancia es la misma, es la única, siempre. La casa de la infancia no está en ningún lugar, nosotros la llevamos a cuestas, a donde vayamos. Lo que sucede es que la mayoría de la gente lo ignora, o, simplemente la mantiene cerrada, con todos sus muebles y sus fantasmas empolvándose. Son pocos los que abren sus puertas y sus ventanas para que entre aire, para limpiar esa mesa, esa estufa, esa figura.
Uno de ellos es Javier Rizzo, quien no solo abre su casa, sino que se atreve a invitarnos a entrar: Es más bajo de estatura, tiene cabello y unas ganas terribles de contarnos historias. Al poner el primer pie dentro, los lectores nos damos cuenta que todo ha sido un engaño, que la casa no es de Javier, sino nuestra. Y que ese niño que abrió la puerta no es Javier sino cada uno de nosotros.

Volver a casa es una novela de apenas sesenta y cinco páginas, que Javier Rizzo ha escrito, quizá, como siempre sucede con lo que vale la pena, como una confesión, una confesión para él. En estos breves capítulos lo cotidiano se rebasa y se convierte en algo integral. Dentro de esta supuesta sencillez, el autor nos sumerge en las turbias aguas de los recuerdos más antiguos, para luego hacernos ascender hacia una superficie que cada vez se nos presenta más cercana: La imagen del ser humano. Como siempre sucede, y Javier lo sabe bien, no hay que tratar de escribir la novela total, hay que escribir la novela que empalme la ficción con el recuerdo, y en esa unión imposible, en ese hueco, en esa grieta, aparecerá el espíritu del que podrá apropiarse quien sea: un sueco, un japonés o un argentino.

La vida se va conformando de pérdidas. Entonces la vida no es el ir acumulando, sino el ir dejando atrás. ¿Cuál es el problema, entonces? Que atrás también viene la memoria. Y esa memoria es la que no deja que se desintegre lo que debería volverse vacío.
Algo que debía borrarse de la memoria,
queda flotando ahí,
hasta que deba sacarse, pero ¿Cómo?
«Luego comprendí que el destino corre en una sola dirección y que se apoya de señalamientos…», dice Javier al comenzar la segunda parte del libro. Un accidente crea el parteaguas entre la niñez y la adolescencia, o más bien, el autor quiere creer que así es, que así fue. Y nosotros, como lectores, lo creemos. La percepción de esa voz cambia, ya no es la misma. Esa voz ha crecido, en pocas líneas, varios años. Esa voz ha perdido su inocencia, aunque no se note. La madurez se adquiere con golpes, pero cada quién es libre de asumirla como le venga en gana.
Esa voz misma sostiene su frescura en la segunda parte, aún con los tristes hechos que narra, esa voz sigue teniendo el tono de cercanía que, aunque sean escritos en pasado y sepamos que quien los cuenta es un adulto, nos hace olvidarlo casi de inmediato y asirnos de ese tono tan cercano a los sucesos. La novela tiene el acierto que pocos escritores logran cuando escriben de la infancia o la juventud: Con pocas pinceladas logra crear la atmósfera necesaria para llevarnos a aquellos espacios donde poco sucede, donde toda la magia se da por la atmósfera, por la lírica.
Una novela muy breve, colmada de aire,
casi tan breve como lo que un hombre maduro
puede recuperar de su infancia.
Ese momento de la vida tan frágil y a la vez tan determinante en la existencia de cualquiera, ese momento medular donde se acrisola el alma, donde se moldea quien será después el hombre.
Decía Thomas Mann, parafraseando a Schopenhauer: «La tarea del novelista no es narrar grandes acontecimientos, sino hacer interesantes los pequeños».
Eso es lo que logra esta novela. En el inicio y en el final está la casa, simplemente. O más bien, la vista de la casa desde los ojos de un niño. Esa casa, una sencilla casa, la poseedora de la memoria. Es su puerta por la que entramos para tratar de recuperar lo que, sabemos, es irrecuperable. Pero, así como Proust, siempre estamos en su busca: «El Tiempo perdido».
El Libro

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El autor
J. F. Rizzo (Oaxaca, 1979) Su narrativa breve ha sido publicada en distintos periódicos culturales. Ha publicado el libro de cuentos Distancia de los viajes. Cuenta igualmente con dos cuentos breves incluidos en la Revista Luvina. Se formó en diferentes talleres literarios de la ciudades de Oaxaca y Guadalajara. Actualmente edita la revista electrónica Artífices.
*Mario Heredia
Mario Heredia (Orizaba, Veracruz, 1961) Escritor y artista visual, ha publicado los libros de cuentos, novelas y poesía. Radica en Guadalajara donde Imparte varios talleres de creación literaria en SOGEM y Fondo de Cultura Económica.