POR JORGE ZÚÑIGA
Cuando entré a la secundaria comencé a pensar en mi vida como si fuera una serie de televisión. Fue mi forma, tal vez, de encontrarle sentido a los cambios que llegaron tras la muerte de un ser querido y una mudanza con la que mi madre buscó acercarnos más a la familia. De pronto, mi vida era otra y yo sentía que también debía cambiar, empezar de nuevo. Era mi oportunidad de reinventarme: ser más sociable con los otros niños de la cuadra, dejar de tenerle miedo a la oscuridad, no resignarme a mi pésimo rendimiento en casi todos los deportes. Algo parecido al viaje a la India cuando se cumplen treinta o el descapotable rojo en la crisis de mediana edad.
Lo primero que hice fue elegir una canción que representara esa nueva etapa (más adelante fueron «Debes buscarte un nuevo amor» de Tranzas, y «I Don’t Love You» de My Chemical Romance, pero la primera no la recuerdo). Pensé también en una secuencia inicial. Algo así como una fusión entre el inicio de Smallville y el de alguno de los animes que en ese tiempo me llenaban la cabeza (diría cuáles pero qué pena), donde aparecían Robert, mi mejor amigo desde el primer día, y Pájaro, otro amigo cuyo nombre verdadero no recuerdo. Todo el mundo lo llamaba de esa forma, así que sabrá perdonarme. Después salían los actores de reparto: la chica del primero B que me gustaba tanto (recuerdo cómo lloré cuando me dijo que lo nuestro no estaba funcionando porque yo era muy callado); Laura, con quien me puse de novio a través de papelitos; y Roberta (sí, de verdad había una Roberta y un Robert en el mismo salón), quien una vez me invitó a su casa a ver películas porque su familia se había ido de viaje y dejó de hablarme cuando le dije que me daba flojera caminar tanto.
La temporada de la secundaria (¿la 12, la 14?) terminó cuando me expulsaron por faltas, y luego, antes de entrar a la preparatoria, hubo un tiempo de aparente tranquilidad, parecido a la tortura a la que nos somete Netflix mientras llega la nueva temporada de la serie de Luis Miguel. La gente suele decir que la niñez y la juventud temprana son las épocas más felices de la vida, pero la realidad, como dice un amigo, es que a menos que uno tenga mucha suerte durante esos años somos algo más parecido a un prisionero que ni siquiera puede elegir qué ropa ponerse.
En esa temporada vi Dawson’s Creek, FRIENDS y Los caballeros del zodiaco. Los puñetazos nunca fueron lo mío, pero sí aquella idea de encontrar un grupo de amigos de los que nunca te separas. Muy pronto me di cuenta de que todo eso no era real. En primera, porque a esa edad algo tan pequeño como cambiarte de salón puede destruir los lazos de amistad más fuertes, y en segunda (esto lo supe ya más grande, en la temporada 25 o por ahí) porque un sueldo de mesero no va a ser suficiente para rentar un departamento en la ciudad, y si lo logras tendrás que compartirlo con tres roomies, que, siendo sinceros, lo único que tendrán en común con Joey es que van a vaciarte el refrigerador si te distraes.
En la preparatoria los capítulos de la serie que es mi vida fueron más emocionantes. Por momentos dejó de ser apta para toda la familia, llegó la etapa emo y, posteriormente, la música Punk y la experimentación con sustancias ilícitas (perdón, mamá). Comencé a salir de casa con amigos, conocí mucha gente y tuve también mis primeros desencuentros amorosos, tórridos romances cuya eternidad jurada nunca duraba más de cuatro meses. Estuvieron también mi breve incursión al mundo del graffiti ilegal (inicio de temporada, para darle al espectador algo que esperar); la mudanza de mi mejor amiga a la capital del país (final de temporada, con lágrimas y todo); y la repentina aparición de la chica del B en primer semestre (un engaño de los guionistas porque nunca llegamos a decirnos nada).
De lo que viví en la universidad y los años posteriores ya hablaré luego, en la edición del DVD con comentarios o algo así. El inicio de la 32 ha sido más bien aburrido (#Pandemia), pero espero que los siguientes sean mucho más interesantes. Aunque parezca tonto, pensar en mi vida como una serie de televisión me ayudó a entender que, a pesar de todo, la vida continúa. Imaginar que, como en las series de televisión, el mundo también sigue algunas reglas, me tranquiliza. Los cambios representan oportunidades, los problemas se superan. Y, lo más importante: las personas que nos rodean no estarán ahí para siempre. La vida avanza. En un capítulo eres la parte más importante de mi mundo y al siguiente te mudas y nos separamos para siempre (sí, lo digo pensando en Rachel, Mónica, Chandler y los otros). Y está bien. Así funciona el mundo de verdad.
«Arre», de Simpson ahuevo, un rapero mexicano, es la canción de la temporada actual, destronando a «No soy una señora», de María José, que estuvo en la anterior y casi se cuela en esta. No tiene mucho que ver con lo que me ocurre actualmente pero me encanta. Por lo demás, no ha habido un cameo de Brad Pitt o Ann Beattie, ni siquiera he conocido a Paco Ignacio Taibo II y eso que ya llevo tres años en la ciudad y me dijeron que uno se lo encontraba en los Oxxos comprando cigarros. En fin, tal vez más adelante, ¿no? Deséenme suerte.
Fotografía por Glenn Carstens-Peters / Unsplash