POR ABRIL POSAS
Is it bright where you are?
«The beginning is end is the beginning», Smashing Pumpkins
Have the people changed?
Si me pudieran cumplir un deseo y capricho, quisiera que me indicaran el camino que lleva al mundo de las personas que miran con reprobación los vidrios rotos después de una manifestación y dicen «Esas no son formas». Que cuando ven un muro cuarteado con una consigna, deciden repararlo con pintura blanca y nueva, para que los niños no se enteren que a veces la gente muere en manos de la policía.
¿Se compran boletos para subirse a ese tren, que muchos llaman vida, y que los lleva rápidamente a sus destinos sin hacer escalas en ningún lado cuando las noticias nos hablan de Victoria, madre de dos hijos, que vivía en Quintana Roo y que había nacido en El Salvador, está ahora muerta porque la policía la vio caminar chueco y pensó que lo mejor era someterla en la calle y romperle dos vértebras sin buscarle ayuda?
¿Es difícil conseguir una visa para adherirla al pasaporte antes de viajar a esas vacaciones que se pueden tomar en medio de una pandemia? Me pregunto si todavía hay espacio para habitar un departamento en ese país que algunos llaman México, siempre y cuando no se mencione que los emprendedores son los nuevos explotadores. Supongo que ahí también es fácil conseguir pastillas para dormir con tranquilidad todas las noches, aún a sabiendas de que Wendy salió de San Pancho una mañana y nadie sabe nada de ella desde entonces, que su familia es quien la busca pero bajo ninguna circunstancia es la única que espera que su ser querido regrese caminando del fondo de la selva con apenas un rasguño en la mano.
¿Es necesario aplicar una solicitud para que con esa ciudadanía le congelen a quien lo desee la cabeza, y de paso el estómago? Así será más sencillo observar la procesión de las niñas de 16 años que cargaron el ataúd de su amiga Wendy, otra Wendy de otro estado y en otras circunstancias, cuyo cuerpo encontraron en un canal de aguas negras, y también será fácil interrumpir a las mujeres y adolescentes que se organizan, asistir a sus concentraciones para ponérseles de frente sin un asomo de duda para enseñarles lo que deberían estar haciendo en lugar de señalar a quien oprime, viola y asesina. ¿Por qué mejor no hablan de lo que una niña de 16 años sí debería estar cargando junto a sus amigas? Algo como las mochilas para irse a pasar un fin de semana de campamento, o quizá una grabadora con las canciones que van a ensayar para un recital de la escuela o por puras ganas de hacerlo en el patio de una de sus casas. Yo he visto niñas de 16 años cargando a sus hermanos pequeños en medio de un juego de maromas, y también sé que mueven piedras y cubetas de arena para hacer fuertes y laberintos a la orilla de un lago. Cargan con sus libros favoritos, con sus bicicletas cuando se les poncha una llanta y con las bolsas del mandado que compraron con su padre ese domingo.
Supongo que allá, en ese mundo que muchos no entendemos, existe la obligación de señalar de feminazi a las mujeres incómodas, que saben cómo se llaman los machismos que la gente sigue etiquetando como «sentido del humor», «educación de antes» o «como se hacen las cosas»; que nunca se han enterado de que la conferencia de una o varias mujeres se interrumpe con el video entrometido de un extraño que se masturba frente a una audiencia digital que no lo convocó para nada —que nunca, jamás, lo ha convocado ahora, ni de forma presencial ni a través de un correo electrónico y quizá no le gusta que el mundo gire sin él—; que no sintieron la rabia más triste cuando les contaron la historia de Marisela Escobedo porque ya están cansados de que las mujeres pidan que no nos maten.
Si me dicen dónde está ese lugar prometo no molestarlos ni decirle a las demás personas cuándo romperles la tranquilidad. Seguro cambio los mapas y le pago a una exploradora reconocida para que diga que ustedes no existen, que fueron un terrible mito creado por una campaña política, que fueron actores pagados. Tiramos los puentes, borramos las carreteras, eliminamos las rutas, declaramos amnesia selectiva mundial. Pero si desde su llano alguien estira el cuello para comprobar si es verdad que hay personas que, no solamente desean que lo que pasa hoy no pase, también trabajan para evitarlo no se les va a negar la información. Y lo más seguro es que le abramos la puerta para que salga de ese mundo que, como lo habrán pensado los titulares del periódico que leía Susanita, está tan, pero tan lejos del de acá.
Fotografía: Ante Hamersmit / Unsplash