POR ABRIL POSAS
Gracias a estas madrugadas que transcurren hirviendo como si esto fuera la antesala del mismísimo infierno, anduve pensando en todas las mujeres valientes que han publicado fotos sin maquillaje, sin filtros, sin retoques a pesar de ir en traje de baño a plena luz del día, disfrutando de la playa como si la gente no viera las partes más vulnerables de su cuerpo, o, peor: a pesar de no tener 25 años y el metabolismo veloz de una joven que puede comer algo de carbohidratos un viernes si promete matarse de hambre los siguientes siete días.
¿Desde cuándo la valentía de una mujer se mide por la cantidad de trucos que decide no usar al tomarse una foto? Sólo diositopanda sabe. Y eso que comprendo que existe todo un constructo social (¿lo dije bien?) que se encarga de convertir a las mujeres en cuerpos hechos para el deleite o para la aspiración de otras personas, que no se puede entender por qué una chica podría sentirse satisfecha con su vida si no es también delgada, flaca o esquelética. Será que tenemos que ser perfectamente honestas, porque todas nos hemos sentido «demasiado algo» en algún punto de la vida: demasiado alta, demasiado gorda, demasiado pecosa, demasiado ojona, demasiado chillona, demasiado contestona, demasiado ancha de caderas, demasiado consciente de los cambios en las medidas del cuerpo cuando nos hinchamos antes de la menstruación o hasta nuestros colegas hombres comenzarían a llamarnos «máster» frente a todos después de un año de pasar una pandemia que —los memes lo prometieron, maldita sea— nos daría tiempo para producir nuestro mejor trabajo o aprender una habilidad hasta dominarla con la fluidez de una experta absoluta.
Pero no, no todas encontramos la epifanía ni la lucidez ni el régimen ni la disciplina para ir de la talla 8 a la 1 en 12 meses. Apenas pudimos articular el inicio de un texto con la elocuencia del capitán Holt:
x2, capitán Holt, x2
Así que, sudando como un hipopótamo (ájalas, qué se la creen que iba a decir «como un cerdo» si ya me corrigieron porque, según, los tocinos originarios no sudan) en la madrugada llegué a la conclusión de que esta renovada costumbre de mostrarse con todos los defectos (a veces entrecomillados porque, no mamen, una peca no es defecto) se convertirá en la siguiente cosa capitalizable de la era de la gran simulación. Entonces, señor, señorita, jóvenes allá en la esquina, permítanme hablarles de una gran oportunidad de negocio:
¿Están hartos de tener que convertirse en diseñadores de producción cada vez que quieren compartir la comida sobrevalorada del restaurante que lava dinero que están por consumir? ¿Se les acabaron las ideas para subir ooooootra foto de la mascota que miman impunemente? Les presento la nueva aplicación que cambiará todo. Algo así como un Instagram, pero hacia la inversa, en donde la gente únicamente publica fotos de sus peores días y sus fracasos culinarios. Aquí no habrá huevos pochados que descansan en pesados platos de barro negro ni postres tan hermosos como para agradecer a las diosas que exista la harina y la mantequilla. Nada de viajes al atardecer, carreteras al borde de un mar turquesa tan limpio que parece generado por computadora, ni perritos esponjosos recostados en la cobija más calientita del mundo. ¿Gatos? Solamente si están llenos de garrapatas y acaban de despedazar una ardilla en medio del bosque: sangre en su rostro, el pelo ralo de su cuerpo tieso y los ojos idos después del ataque.
Conozcan la nueva ola de filtros que estarán en bocas de todos. Unos que resalten la celulitis en nuestras nalgas y los rollitos de la cintura. Que muestren mejor los poros del rostro y los puntos negros, que hagan más evidente el ojo que es más chico que el otro, las patas de gallo, las canas del cabello, la carne flácida de los antebrazos que no cede ni al cross-fit. En menos de lo que un hombre comenta «Prefiero las mujeres reales, sin maquillaje», Kim Kardashian, Dua Lipa y Taylor Swift harán populares estos efectos gracias a sus historias y sus tik toks. Escribirán largas publicaciones en las celebrarán la existencia de una verruguita en la espalda o ese pelo tan grueso y negro que, acaban de decidir, no se quitarán de la barbilla porque las mujeres reales también los tienen.
Todo esto mientras las otras, las cobardes que no hemos tenido ganas (o dinero) para operarnos la nariz, labios, papada, caderas, piernas, senos, vientre, línea del cabello, orejas, pómulos, espalda observamos a todas las que son más valientes que nosotras, que todavía compramos vestidos «de corte fluido» para desorientar los ojos del observador: ¿es el vestido? ¿está embarazada? ¿es solo un mal día?, que sumimos el estómago todo el tiempo con la idea de domar ese bulto que no va a desaparecer porque las harinas nos gustan mucho y la cerveza es un gran acompañante de la pizza, quién iba a pensarlo, madre santa, y no existe suficiente yoga en youtube que elimine el atracón que nos metemos de vez en cuando porque cuando nos sentamos a intentar escribir las primeras líneas de nuestra gran próxima obra revolucionaria de la década apenas atinamos a garabatear en la libreta que:
Por lo tanto, vengo hoy con una oportunidad de inversión para todos los interesados en apostar a las redes sociales y esta inseguridad palpitante que ya rompe paredes y llevamos a todos lados. Porque si vamos a ser cobardes, más nos vale hacernos millonarios. Informes por Inbox.
Fotografía por Unsplash