NI TAN SNOBS NI TAN CAVERNÍCOLAS


POR MANUEL FONS

COLUMNA: DIJO NUNCA NADIE


Aversión a lo lejano

He escuchado a mucha gente convencida de que es absurdo viajar al extranjero si aún no conocemos nuestro propio país. Tiene algo de sentido, ya que, desde una perspectiva espacial, temporal y económica, es más fácil ir a lo cercano que a lo lejano; el problema es que siguiendo esa lógica no pasaríamos de unos cuantos kilómetros en toda nuestra vida. Yo violenté ese orden centrífugo desde el día que fui a un rancho de Colotlán, sin antes haber recorrido todas las calles de Zapopan y Guadalajara, y reincidí cuando fui a Tepic sin antes recorrer los 125 municipios de Jalisco (calculo que me faltan 90). Por otra parte, si uno se toma ese orden en serio, antes que deambular por las calles habría que empezar como Sócrates, explorando todos los callejones, sótanos, alcantarillados, escondrijos de nuestra conciencia… de manera que no podríamos salir nunca de nosotros mismos. 

Esta aversión a lo lejano en los viajes físicos tiene su correlativo en los viajes simbólicos, es decir, en la cultura. Para algunas personas es ridículo ver cine francés, escuchar música anglosajona, leer literatura rusa, informarse sobre los conflictos en Medio Oriente, si no hemos agotado toda la cultura mexicana, su historia, su política, su economía, su gastronomía, su lengua. Siguiendo esa lógica, ningún mexicano que hable español tendría derecho a aprender otro idioma sin antes saberse todo el diccionario de la RAE, el Panhispánico de dudas, el etimológico de Corominas, el de uso María Moliner, y todas las expresiones de nuestra ciudad y nuestro barrio; actuales e históricas, inventariadas y aun no consignadas en los diccionarios… Y sería una traición a la patria ver una película gringa sin antes haber visto todo el cine mexicano, y no sólo el de arte, tipo Iñarritu y Ripstein, sino, por supuesto, toda la gloriosa producción del cine de ficheras y las chik-flick mexicanizadas; para ganar el derecho a ver La naranja mecánica, El Padrino, Mulholland Drive, antes habría que ver Más buenas que el pan, Nomás te miro y palpito, Cansada de besar sapos. Una vez más, yo traicioné ese programa desde que vi el anime de Tom Sawyer a los cuatro o cinco años, y luego Heidi, Los caballeros del Zodiaco, Los supercampeones, Los Simpsons

Aversión a lo cercano

En el otro extremo están los que piensan que nada de lo cercano vale la pena, que una persona culta debe interesarse exclusivamente en lo lejano e inaccesible. Jamás confesarían, por ejemplo, que están leyendo a un escritor local de una editorial pequeña o que su libro favorito es El llano en llamas o Noticias del imperio, pues son demasiado cercanos, por fuerza tendrían que mencionar a un escritor de Kiribitabi que no está traducido sino al francés o la novela de cierto noruego que cuenta en mil páginas las reflexiones de un tipo que contempla un melancólico abeto. Para estas personas, un viaje a Tokio quedará mejor documentado en Instagram que todos los viajes de Marco Polo y de Darwin, pero si van a Puerto Vallarta les abochornaría siquiera mencionarlo. Para los snobs y los hipsters, la cultura es como esos trajes de diseñador exclusivos: si alguien consume lo mismo que tú, te devalúas; hay que ser exótico, hay que ser único; no importa si una obra es buena o no, lo importante es que nadie la haya leído o, mejor aún, que nadie la conozca. La aberración, en este caso, es inversa: hay que ir a lo lejano; lo cercano es para la gente común, los aldeanos, los iguales.

Una vez más, difiero. Se puede encontrar la belleza en el otro lado del cosmos o en la esquina de tu casa, pues, una verdad de perogrullo: cercano y lejano son relativos: el lugar más remoto de El Congo belga es, para los que viven ahí, el lugar más cercano, y la señora que vende elotes en la esquina de la casa es lo más remoto y exótico para un pekinés o un australiano. En todos lados hay cosas interesantes, depende los ojos con que se miren. Si no me equivoco, en esto funcionaría el concepto de ostranénie, acuñado por los formalistas rusos para referirse al extrañamiento o la desfamiliarización de un objeto o una experiencia común, como la prodigiosa descripción que hace García Márquez cuando su personaje, el coronel Aureliano Buendía, es llevado a conocer el hielo. En ese sentido, basta ver la reacción de cualquier niño ante las experiencias más cotidianas para entender el potencial de lo común. Cuando se ve con una mirada distinta, cualquier experiencia ordinaria se vuelve extraordinaria.

Paréntesis

Cabe mencionar que se puede dar la vuelta al mundo y ser un pueblerino, como esos turistas gringos que viajan miles de kilómetros, pero al llegar a su destino no salen de su hotel, comen en McDonald´s, toman café en Starbucks… O se puede uno concentrar tanto en lo local, desconectándolo de su interacción con las demás culturas, que se entienda muy mal o nada, como una especie de idiot savant. O sea, ir muy lejos o quedarse muy cerca, tampoco es garantía de comprender nada, pues las culturas lejanas y remotas interactúan, se combinan, se mezclan, a pesar de las fronteras reales o ficticias.

Curiosidad sin pasaporte

Entiendo que se ven muy ridículos los que saben más de otra cultura que de la propia, o los que quieren dar consejos de pronunciación en inglés, pero en español dicen «haiga», como cierta tiktoker. También entiendo que se ven muy pueblerinos los que no pueden hablar de nada, sino de lo que corresponde a la demarcación de su ciudad y su país. Pero esos son casos extremos: los snobs y los cavernícolas. Lo normal, lo sano, según yo, es interesarse en lo lejano y en lo cercano, no hacer distinciones, sino en función de curiosidades específicas: cada coordenada de este planeta, en términos turísticos y culturales ofrece algún atractivo.

He mezclado viajes físicos y simbólicos porque tienen mucho en común, pero tengo claro que hay una diferencia muy significativa: los viajes físicos a lugares lejanos son un lujo que pocos pueden pagarse, eso nos disculpa a todos los modestos trabajadores de no conocer el mundo; pero los viajes simbólicos a otras culturas, por medio de películas, libros, música, idiomas, son tan accesibles que no veo ninguna razón para no ser un trotamundos. Diógenes, fue el primero en autonombrarse ciudadano del cosmos, él acuñó el término cosmopolita, y eso que vivía en un barril.

No veo, pues, por qué tantas trabas, podríamos vivir en una cáscara de nuez, como dijo Hamlet, y sentirnos dueños de un espacio infinito, o recorrer todo el cosmos, sin perder una profunda conexión con nuestra ciudad, nuestro barrio, nuestra caverna; explorar lo lejano y lo cercano, no burocratizar la curiosidad, no ponernos fronteras estúpidas, que para eso ya tenemos a los políticos.


Fotografías vía unsplash

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