POR ABRIL POSAS
Que le pidan a cualquier narrador o narradora su propia definición sobre qué es el cuento a veces parece una trampa. No se puede decir lo del knock out porque, ¿cuánto tiempo tiene que pasar para que otra definición se imponga? Quiero mucho a Cortázar, pero no puede ser posible que existan crímenes que prescriban mucho antes que su famosa analogía del cuento con el box.
Hace unas semanas se presentó una nueva oportunidad para escarbar en la cabeza la manera en que algunos imaginamos cómo es eso de la narración breve y entre que si la bolita que molesta, largometraje vs serie o la anécdota privilegiada, Cecilia Magaña mencionó que es como un idilio breve, como esos de una sola noche, en contraste con el de la novela que sería un compromiso a largo plazo y la verdad es que pensé que no era una mala forma de plantearlo, en especial cuando nos referimos a un solo cuento. Porque es cierto que un libro que contiene a varios no se devora necesariamente de un jalón, quien lee puede ser tan organizado, contenido o hasta sádico al momento de engullir cada cuento, pero no es tan fácil extender a más de un par de horas la lectura de uno nada más.
Así que si nos vamos a comprometer con esa imagen, la del acostón de una noche, bien vale advertir que no se trata de una comparación peyorativa porque esta no es mi clase de «valores» (A.K.A religión, en la secundaria) en la que les encantaba decir que las mujeres que tienen sexo antes del matrimonio son como los autos usados que los hombres usan para aprender a manejar antes de comprarse el de lujo, nuevecito, que siempre han deseado —parafraseando a John Mulaney: no tenemos tiempo de desempacar esa pendejada, sigamos adelante—, sino más bien es momento de asumir que nos encontramos rodeados de adultos y que es pertinente admitir que no todos los acostones de una noche son olvidables, así como no todas las relaciones largas se atesoran en la memoria.
Me aventuro a decir que el historial encriptado de cada persona contiene algunos, varios, numerosos, yo-qué-sé, aventuras de unas horas que se guardan con el mismo cariño que del boleto del concierto favorito o una figurita de plástico de la época feliz de la infancia. Por eso también se recuerdan los pasos o acciones que nos condujeron al amante efímero en cuestión. Si fue un juego de la casualidad o las coincidencias, le agradecemos a la entropía que haga de las suyas. Pero cuando existió alguien que la hizo de celestina, hay un pacto en secreto por la sagrada intervención.
Es decir que, si el amigo o la amiga nos acerca un cuento porque sabe que es posible que sea nuestro nuevo favorito, es que ya tenemos un gran compinche de conquistas literarias. Es el wingman que Barney Stinson siempre quiso, pero sin la misoginia, las mentiras, los posibles delitos y la ética torcida, sino con gozo consensuado, tiempo para saborear la experiencia, juego y el respeto que merece. Tal y como Edna Montes (compren su novela aquí ahora mismo), que me aplicó un «HAAAAAVE YOU MET SU CUERPO Y OTRAS FIESTAS?» de Carmen Maria Machado y de pronto ya estaba metida en la cama con una pasión insaciable, página tras página. «Inventario», la segunda historia de ese libro, fue el acostón que nunca voy a olvidar, y que cuando lo vea en las manos de alguien más no sentiré celos en los absoluto porque, como todo buen polvo, merece que otros conozcan la experiencia.
¿Irá a pegar esta analogía sexual que lanzó Cecilia Magaña? Solo el tiempo sabe. Mientras tanto, sigan buscando acostones espectaculares en los libros y luego vengan a contarnos cómo estuvo *guiño-guiño*.
Fotografía por Unsplash