POR ALBERTO MENDOZA
El 25 de marzo de 2012, muere en Lisboa Antonio Tabucchi. Una semana más tarde, en un blog personal escribí una pequeña nota a manera de despedida de quien fuera el autor de uno de mis libros favoritos. Este texto solamente lo conocieron tres o cuatro amigos y familiares a quienes acosaba para que leyeran las publicaciones que intentaba compartir recurrentemente. El final de este blog llegó tras un par de meses ante la idea de que todo lo que ahí aparecía se había convertido en ejercicios narrativos que, en resumidas cuentas, daban la impresión de no ir a ningún lado.
Tomemos esta misma historia, repliquémosla al menos otros cuatro tantos, y tendremos mi relación con los blogs. Al principio, un marcado entusiasmo y, luego de un período breve de romance, atravesaron junto a mí una crisis existencial que los llevó al derrumbe. Sobra decir que deambulé entre distintas páginas: MySpace, Blogger, WordPress, Medium, de nuevo Blogger…, pero siempre con el mismo patrón de crear un espacio que me estimulara a escribir, mientras me decidía a tomarme en serio el oficio –quiero pensar que continúo intentándolo–. Confieso con plena seguridad que éstos han sido algunos de mis abandonos más prolíficos, sólo después quizá de cuando en el jardín de niños tomé la resolución de colorear sin seguir ninguna lógica el cromatismo natural de los animales, lo que arrojó pingüinos verdes y cerdos con franjas de cebra.

Con cada caída llegaba un replanteamiento en el uso de estos espacios, de forma que entre uno y otro blog existió una variación sobre cómo abordar los textos. En el primero que abrí –o al menos el que recuerdo– comencé firmando con otro nombre, y no por la preeminencia del ego, sino por una tal vez inocente idea de separar a mi persona del papel. «No soy yo quien lo escribió, sino Fulano de tal» (Fulano de tal, por cierto, no era mi pseudónimo). En este intento inicial de administrar un blog, desarrollé pequeños escritos para pulir habilidades que pertenecían a mi estimación acerca del arte de narrar. Aunque no estoy seguro de qué tan bien lo he ido logrando, lo que sí puedo remarcar es que ahí nacieron las primeras versiones de cuentos que tendría la suerte de ver publicados –obviamente, tras largas revisiones y reelaboraciones múltiples–. Este deseo creativo adornó falsas biografías, ensayos sin ningún rigor motivados por mi poca flexibilidad de hablar objetivamente de un tema sin inmediatamente mezclar la ficción. También reuní pequeñas escenas teatrales donde dejaba manifiesto mi ya declarado gusto por el absurdo. Algunas veces respondía en secreto a debates que habían nacido en el interior de las aulas de la universidad, inventando títulos y autores, con lo que daba el punto final con un argumento que deviniera fantástico.
Después de este primer intento, siguió un blog enfocado en la poesía. En éste añadí versos y poemas bastante poco trabajados. Además, luego de haber conocido a Tablada y Apollinaire, me interesó explorar el terreno de los caligramas; no es necesario aclarar que perdían toda intención al ser subidos a las plantillas (amén de conocer lenguaje HTML). Recuerdo también que la lectura de Jorge Cuesta en esos años me llevó a la pretensión de escribir engañosos sonetos, apoyados sobre una personalidad obsesiva –que ya he descrito por aquí–, que ayudó al énfasis en la métrica. Compartí a su vez escritos con algunas variaciones, pero en general una aproximación a la prosa poética, historias rápidas cuyo afán era el de realzar las imágenes y el juego con las metáforas, cuidando de no caer en el abuso. Este blog fue el que menos tiempo duró con vida y el de menos publicaciones –incluso al día de hoy sólo pocos textos sobreviven.
Otra de mis pruebas resultó una suerte de experimento, siendo éste quizás el más original de todos. En lugar de título, las entradas estaban identificadas con la palabra anecdotario –la cual aludía al nombre del blog–, seguido del número correspondiente. Aquí la creación estuvo mayormente emparentada a recursos surrealistas, con ejercicios de escritura automática, textos en bruto, un flujo de conciencia que servía como depuración del día a día, relatos escritos a medianoche inclinados a lo onírico, notas que me detenía a realizar intentando recuperar alguna pesadilla inmediata, o la interpretación psicológica de vagos pensamientos para trasladarlos a su versión lúdica y vincularlos al campo estético. Este espacio se vio concluido al mudarme a Puebla por un tiempo, donde me dejé absorber completamente por las actividades.
No olvidaré mencionar otro blog –tampoco recuerdo qué posición le corresponde–, pero éste se aproximó al trabajo de reportero cultural en el que participé en más de una ocasión. Se trataba de subir comentarios y apuntes sobre eventos, exposiciones, conciertos, cine, presentaciones de libros, impresiones de los programas teatrales en Guadalajara –gracias a los que tuve la oportunidad de ver un par de montajes de la obra de Beckett–. Asimismo, visitas a librerías de viejo y la crónica brevísima de algún descubrimiento, y maridaje perfecto cafetero, refiriéndome todo el tiempo a un lector en ausencia. El peso de este blog recayó en sí mismo ante la necesidad de aspirar a un mayor número de encuentros culturales de los que mi trabajo en aquel momento me permitía. Así que, al igual que la relación con los otros blogs, el telón se vino abajo con más pena que gloria.
Fotografías por Alberto Mendoza