Columna: Dijo nunca nadie
«Debemos ver nuestros rituales como lo que son: cosas completamente arbitrarias, llenas de juegos e ironías. Es bueno estar sucio y barbudo, tener el pelo largo, lucir como una mujer cuando uno es varón (y viceversa): uno debe poner ‘en juego’, desenmascarar, transformar e invertir los sistemas que silenciosamente nos organizan».
Michel Foucault
Mi lista de abuelo
Me divierte mucho ese episodio donde el Abuelo Simpson le escribe una carta muy airada a unos publicistas de televisión para que eliminen de los programas las palabras sostén, deseoso, trastienda. Me divierte porque ilustra la característica dificultad o incapacidad de quienes han vivido muchos años para adaptarse a los cambios de la sociedad. La actitud contraria al Abuelo es aceptar todos los cambios sin chistar; de alguien así, uno diría, «qué buen pedo», pero también, «qué aletargado». Ambas actitudes son muy perezosas, no se puede aceptar ni rechazar todo en lote; a mi juicio, lo saludable, lo inteligente, lo propositivo, sería evaluar cada cambio y ponderar en qué es mejor o peor, y desde qué contexto y perspectiva.
La carta del abuelo también ilustra otro asunto que nos retrata a todos: nadie usa todas las palabras, cada quien elige cuáles usar y cuáles no, según diversos criterios. Yo, por ejemplo, aunque me gustan las vulgaridades, nunca digo pucha, mecos, fundillo, pedorro, porque me dan asco; eludo las muletillas de moda: ¿sabes?, ¿no sé si me explico?, como muy mal, como extraño, como muy tierno; me provocan repulsión las palabras que usan los políticos para sonar inteligentes: coadyuvar, coyuntura, sinergia, las de los empresarios: proactivo, las de los coaches: resiliente; se me hacen grotescos los adjetivos científicos usados para dignificar alguna estafa: terapias cuánticas, dieta molecular; de ninguna manera digo anglicismos mal castellanizados: accesar, hacer sentido, y evito con todas mis fuerzas decir palabras como: picky, touchy, fancy, outfit, mood, en lugar de sus equivalentes en español, y si se me sale una, siento como si se me escapara un pedo, sin el correspondiente efecto liberador.

Esto último es un tema complejo y polémico, justo por eso se me antoja discutirlo, así que procuraré dar contexto y matices de mi opinión, pero primero anticipo tres aclaraciones:
1. No tengo problemas con el inglés, ni con los angloparlantes, ni con los anglófilos, por el contrario, me parece maravilloso saber otro idioma, cualquiera que sea, pues implica entender la realidad de una manera adicional.
2. Que no se piense que me quiero hacer el Juan Escutia del español y lanzarme al vacío con la bandera de nuestra lengua inmaculada. Me fascina la interacción de las lenguas, pero no en todos los casos. Spanglish tipo Sangre por sangre: ¡Claro que sí!, «La vida es un riesgo, carnal»; spanglish tipo Chumel Torres: prefiero comerme mi vómito.
3. Como tengo a la libertad por el máximo valor, aunque ciertas palabras me produzcan retortijones, jamás le ordenaría a alguien cómo hablar ni cómo no hablar, no soporto las actitudes policiacas, ni con la lengua ni con nada. Que cada quien haga con su vida y su lengua las acrobacias que desee, yo sólo compartiré algunos puntos de vista, así, de compas.
Castidad y promiscuidad lingüística
Que yo sepa, no hay idiomas virginales, en los que no hayan penetrado vocablos de otros idiomas, salvo algún hipotético idioma primigenio, del que surgieron los demás; pero los que se hablan actualmente, como no surgieron de la nada, ni están aislados, en todos hay una abundante presencia de idiomas anteriores y de idiomas vecinos. Las lenguas, por su naturaleza dinámica, todo el tiempo mutan, a partir de la participación de sus hablantes y de la interacción con otras lenguas.
Es bien sabido que en el español hay palabras que vienen del latín, árabe, griego, inglés y que las otras lenguas, a su vez, son una mezcla, donde también se asoma sus narices el español. También se sabe que en contextos donde conviven personas de distintas lenguas maternas surgen formas de comunicación híbridas como el portunhol, el frenflish, el denglish, el spanglish.
Desde este punto de vista, se ve anticuado pretender que una lengua se mantenga casta, que cierre las fronteras a otros idiomas, pues si cada lengua hiciera eso, quedaría un repertorio de significados famélico, y si, como dijo Wittgenstein: «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo», quitarle palabras a un idioma por chovinismo lingüístico nos llevaría a una especie de newspeak orwelliano, nos pondría en condiciones cavernarias para pensar y comunicarnos en este mundo tan complejo. Visto así, parece absurdo que haya hablantes que se nieguen a utilizar palabras y expresiones extranjeras, cuando muchas, como tutti frutti, déjà vu, alter ego, brindis, y las relacionadas con la tecnología: web, scanner, bypass, software, pixels, bugs, firewall, spam, streaming… no tienen equivalente en español y, por lo tanto, «amplían los límites de nuestro mundo».
Esto no significa que sea válido y tenga sentido importar cualquier palabra y cualquier expresión de cualquier idioma. Hay unas que tienen sentido y otras que no; unas nutren la lengua y otras la empobrecen. En el caso del inglés, yo celebro que usemos crush, bromance, spoiler, serendipity, snob, hippie, playback, y las ya mencionadas del ámbito tecnológico, pues nos ofrecen especificidades que no tiene el español; también apoyo los juegos de palabras, pues son parte del encanto de la comunicación: last but not least, vale la pena decirla en inglés, pues si se traduce se pierde el juego de sonidos; como amante de la literatura, aprecio las citas originales (cuando quien habla y quien escucha entienden): «Most people go from nothing to the grave with little touch of the horror of life» (Bukowski), esto reduce la distancia con el autor, nos acerca más al sentido original, sin pasar por la aduana de la traducción.
Otro asunto, como decía, son los anglicismos mal castellanizados: recepcionar, al final del día, y las palabras en inglés que tienen equivalencia en español: deep, hate, nasty, anyway, giveaway. Lo primero es un error, por ignorancia o descuido; lo segundo, un absurdo, que vale la pena debatir: ¿qué sentido tiene hablar en un idioma e incrustarle palabras de otro que no aportan nada a lo que se está diciendo?
Spanglish: sí pero no
Me parece entendible y justificable el uso del spanglish en ciertos contextos: familias biculturales, ciudades fronterizas, escuelas bilingües… pero no pienso lo mismo de contextos donde el inglés no cumple con ninguna función práctica ni expresiva, por ejemplo, en ciudades no fronterizas, en contextos no educativos, tomando un café en la colonia Roma de CDMX, platicando en una banca de Plaza del sol en Guadalajara, comiendo unos chilaquiles en Morelia o Aguascalientes, respondiendo a una entrevista en un canal de televisión nacional o de YouTube. En esos casos, se me hace una práctica espantosa.
Alguien puede decir: «¿Y cuál es el pedo de usar palabras en inglés mientras nos entendamos?». El tema es vasto y complejo, tricky, para que me entiendan los seguidores de Chumel Torres, pero para los alcances de esta breve reflexión, aventuro algunas réplicas a este alguien hipotético:
1. Clasismo. Hay más personas que saben inglés en las clases altas que en las bajas, las personas de clase media y alta, muchas veces, lo estudian en sus colegios, lo refuerzan en intercambios al extranjero, lo practican cuando viajan a Estados Unidos o a Europa; es obvio que no todos sus interlocutores han tenido esos privilegios, por tanto, es una fantochada de clase.
2. Falta de empatía. No es muy empático hablarle a la gente de un país con las palabras de otro. Cómo se complicaría la comunicación si quienes hablan otros idiomas, ruso, alemán, japonés, yiddish, o alguna lengua indígena, les diera por mezclar esos idiomas con el español.
3. Malinchismo. Está tan asociado el inglés al primer mundo, que en el ámbito comercial muchos evitan ponerle nombres en español a sus productos, servicios o empresas; les ponen nombres en inglés para sugerir calidad. Así, se sigue cultivando la idea de que lo nacional es de calidad inferior (lo es, en ciertos casos, no en todos).
4. Neocolonialismo. Algunas almas buenas creen que el inglés y el español se están fundiendo porque los estadounidenses también usan palabras en español y porque lo enseñan en algunas escuelas, pero pasan por alto que esto sucede en una proporción muy desigual y que en Estados Unidos se aprende español por gusto, mientras la gente de otros países aprendemos el inglés por obligación profesional. Otros inocentes creen que el inglés es el idioma más hablado en el mundo, como segunda lengua, debido a que es muy sencillo, pero, si de sencillez se tratara, hablaríamos esperanto. ¿No encuentran sospechoso que lenguas como el latín, el español, el francés, el inglés se hayan extendido al mismo tiempo que los imperios de Roma, España, Francia y Estados Unidos?
Lo grave no es que WalMart, Starbucks, Office Depot, McDonald´s y la Coca Cola entren a un país, sino que barran con la cultura local para implantar la suya; así mismo, lo grave no es que sepamos inglés y nos guste, sino que barra con nuestra lengua materna, la macdonalice; eso no es enriquecer un idioma, sino usurparlo.
Deconstruir la lengua
Richard David Precht cuenta un interesante experimento que hicieron el el zoológico Regent´s Park de Londres. Les dieron a los visitantes un mazo con cincuenta fotografías de animales sin identificación para que las jerarquizaran, según sus gustos. El primer día quedó abajo una serpiente, un roedor arriba y en medio un mono. Al día siguiente repitieron el experimento, pero agregándole a las fotografías el nombre de los animales. La serpiente pasó a ser un «pitón real», el roedor una «rata marsupial» y el mono, un «gato de agua Diana». Esto modificó el medallero. De acuerdo con Precht, la popularidad del simpático roedor se fue al piso porque les repugnó relacionarlo con una «zarigüeya»; la serpiente mejoró por la referencia a la realeza que tanto gusta a los ingleses, y el mono, se fue a la cima, gracias a la asociación con la querida princesa Diana.
¿Y por qué la gente asocia esos valores con esas palabras?, me pregunto, ¿cómo llegaron esas ideas a ellos? Según yo, las personas del experimento tienen asociaciones espontáneas, llenas de prejuicios, como las que tenemos todos sobre aquellos temas en los que no hemos profundizado. El resultado del experimento sería muy distinto con zoólogos. Así mismo, las personas que anglicifican el español no necesariamente lo hacen porque son fanáticos del Tío Sam, ni porque reniegan de sus raíces; creo que la mayoría lo hacen sin pensarlo; pero justo por eso, creo importante hacer un esfuerzo por concientizarnos de las palabras que usamos y cómo las usamos. Marshall McLuhan confeccionó una analogía que es muy útil para explicar cómo adoptamos ideas y conductas sin reflexionarlas, por ejemplo, por la influencia de los medios: comparaba a los integrantes de una sociedad con peces y al entorno con el agua, es decir, el entorno nos moldea, pero es difícil darnos cuenta porque siempre hemos estado en él.
Las palabras, como ilustra el experimento del zoológico, son tan poderosas que afectan nuestra percepción de la realidad y, por tanto, para mejorar la realidad, un campo de batalla importante son las palabras. Las feministas, por ejemplo, han tenido el mérito de señalar una serie de expresiones machistas normalizadas en nuestra lengua que hemos repetido, hombres y mujeres, durante años; otros han hecho lo propio con discursos políticos para desenmascarar las posiciones más fascistas, etc. Tal como la violencia física y psicológica contra la mujer tiene su correlativo en el lenguaje; el fascismo, la explotación, la gentrificación, el neocolonialismo, el desprecio por las culturas no hegemónicas también tienen su correlativo en el uso del lenguaje. Decidir las palabras que usamos y las que no, no es sólo un asunto estilístico, sino un posicionamiento ideológico y filosófico, algo que define nuestros valores, nuestros pensamientos, nuestra identidad. En ese sentido, no está tan mal el Abuelo Simpson; lo gracioso son sus criterios y su selección de palabras, pero su actitud es correcta: discutir y combatir en el campo la lengua es una de las formas más poderosas de insumisión y rebeldía.

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